Page 117 - LUGARES FANTASTICOS
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Al día siguiente, otra vez sobrevoló la ciudad y por la tarde volvió junto a
la estatua.
—Vine a despedirme—le dijo.
Pero el Príncipe Feliz volvió a rogarle que se quedara una noche más:
una pequeñita lloraba a lo lejos porque los cerillos que vendía se le habían
mojado; ya no podría venderlas y su familia no tendría dinero. Era urgente
que la golondrina le llevara el otro ojo.
—No puedo hacer eso porque quedarías ciego —argumentó.
La estatua no aceptó su negativa y la convenció nuevamente.
Al llegar cerca de la niña, la golondrina descendió muy rápido y dejó caer
la piedra preciosa en sus manos. La pequeña saltaba de alegría, sin saber
cuán valioso era el regalo, luego corrió hasta su casa para mostrárselo a
sus padres.
Mientras volaba de regreso, el ave pensó que no sería correcto
abandonar a una estatua ciega; por eso decidió quedarse a su lado para
siempre. Pero al contarle al Príncipe su decisión, comenzaron a discutir:
“que sí”, “que no”, “debes irte con tus hermanas”, “que no me voy”.
Exhausta, la golondrina se recostó sobre los pies del Príncipe y se
quedó dormida.
Al día siguiente, ambos pasaron una buena velada: la
estatua escuchó el relato de los viajes de la golondrina,
que hablaba sin parar sobre todas las maravillas que
había visto.
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