Page 116 - LUGARES FANTASTICOS
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Ya limpia y descansada, dio un paseo por toda la ciudad, se alimentó con
cuanta semilla y miga encontró, y al atardecer volvió junto a la estatua.
—¡Qué bueno que regresaste! —Exclamó el Príncipe—. Es maravilloso
estar acompañado. Me gustaría que te quedaras otra noche más.
La golondrina imaginó a sus hermanas volando felices hacia su destino.
¿Pensarían en ella? Tal vez ni se dieron cuenta de que se rezagó. La estatua
interrumpió sus ensoñaciones para contarle sobre un joven escritor que
vivía al otro lado de la ciudad. Debía concluir una obra de teatro, pero
el hambre y el frío lo habían debilitado tanto que le resultaba imposible
escribir.
—Saca uno de mis ojos —le pidió a la golondrina—. Si él vende el zafiro
tendrá dinero para comprar leña y comida. Así podrá terminar su obra.
Como a la golondrina no le gustó la idea de dejar a la estatua sin un ojo,
comenzó a llorar. Pero la estatua insistió tanto que al final la convenció.
Cuando el ave llegó a la ventana del joven, entró silenciosamente, colocó la
piedra sobre una mesa y salió sin hacer ruido.
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