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nadie te ayuda sin
pedirte algo a cambio.
–¿De verdad? Aquí
las cosas son de otra
forma. Nadie tiene
mucho, pero nos
ayudamos los unos
a los otros para salir
adelante.
–Ah… ¿Oye, te importa
si paso la noche
aquí? Estoy muy
cansado como para
seguir andando hasta
el castillo. Partiré
mañana temprano.
Ambos se fueron
a dormir pero
el joven soldado
continuó pensando
en las palabras de
la muchacha: “Nos
ayudamos los unos
a los otros para salir
adelante”. Era una
extraordinaria forma
de ver las cosas y
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seguro que eran mucho
más felices así que los
habitantes del castillo.
–Tengo que encontrar
la forma de ayudarle–
se dijo.
Cuando a la mañana
siguiente la muchacha
se levantó se encontró
la mesa llena de pan,
fruta, queso y leche.
El soldado había
madrugado para ir al
pueblo y comprar todo
lo que pudo con unas
monedas que había
encontrado en sus
bolsillos.
– ¡ M u c h í s i m a s
gracias! No sé cómo
agradecértelo– dijo la
muchacha.
–Ya has hecho
bastante. Gracias por
todo.
El muchacho encendió
su vela con cuidado
y emprendió su
camino de vuelta.
Tenía miedo de que
volviera a apagarse
pero esta vez no
ocurrió. Cuando llegó
al castillo y prendió
la chimenea sucedió
algo sorprendente. La
gente empezó a sonreír
y a ser amable de
repente, y su corazón
se llenó de paz y amor
por los demás. El rey
dejó de ser déspota y
la nieve desapareció
para dar paso a
verdes y frondosos
prados. El castillo de
hielo se transformó en
un castillo de cristal
donde el fuego de la
chimenea no se apagó
jamás.