Page 13 - CUADERNO-3
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Se lo había dejado bien
claro el rey. Tenía que
seguir intentándolo,
así que llamó a otra
puerta.
–¿Qué necesita?–
contestó una mujer,
incluso antes de que
hubiera llamado.
–Fuego, fuego para el
castillo del rey, señora.
–¿Sabes? No debería
dártelo porque el
rey no se lo merece.
Pero me da pena que
vuelvas con las manos
vacías y te encierre en
las mazmorras… Anda,
pasa.
La mujer le dio fuego
al soldado y este
pudo encender la vela,
pero al poco rato de
caminar con ella en la
mano esta se apagó.
El muchacho no lo
entendía. No sabía
que si había ocurrido
eso era porque el frío
de su corazón la había
apagado.
Intentó regresar a la
casa de la mujer que
había encendido la vela
pero había anochecido
por completo y no
pudo encontrar el
camino. El joven estaba
desesperado. No podía
volver al castillo sin
fuego y cada vez tenía
más frío y hambre.
En ese momento, una
joven pasó por allí y
vio a aquel muchacho
que no dejaba de
lamentarse de su mala
suerte.
–¿Qué te pasa? Pareces
triste– le preguntó.
–Soy un desgraciado–
dijo él–. El rey me ha
dicho que lleve fuego
al castillo y cuando por
fin consigo a alguien
que me lo da, se me
apaga la vela. ¡No
puedo volver sin él!
–Tranquilo. Ven
conmigo, yo te lo daré.
El joven desconfió de
la amabilidad de la
muchacha pero aun
así la siguió. Llegaron
a su casa y ella le
invitó a sentarse junto
a la chimenea para
que entrara en calor.
–Sólo puedo ofrecerte
pan duro, lo siento.
–Ya veo... imagino
que querrás un buen
puñado de monedas
de oro por dejar que
me resguarde aquí y
darme fuego.
–¿Querer? ¿Por qué
iba a pedirte algo?
No quiero nada. Sólo
pretendía ayudarte.
–Ah, gracias entonces…
De donde yo vengo
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