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zafiro tendrá dinero para comprar
leña y comida. Así podrá terminar
su obra.
Como a la golondrina no le gustó la
idea de dejar a la estatua sin un ojo,
comenzó a llorar. Pero la estatua
insistió tanto que la convenció.
Cuando el ave llegó a la ventana del
joven, entró silenciosamente, colocó
la piedra sobre una mesa y salió sin
hacer ruido.
Al día siguiente, otra vez sobrevoló
la ciudad y por la tarde volvió
junto a la estatua.
–Vine a despedirme –le dijo.
Pero el Príncipe Feliz volvió a
rogarle que se quedara una noche
más. Una pequeñita lloraba a
lo lejos porque los cerillos que
vendía se le habían mojado; ya no
podría venderlos y su familia no
tendría dinero. Era urgente que la
golondrina le llevara el otro ojo.
–No puedo hacer eso porque
quedarías ciego –argumentó.
La estatua no aceptó su negativa
y la convenció nuevamente.
Al llegar cerca de la niña, la
golondrina descendió muy rápido
y dejó caer la piedra preciosa en
sus manos. La pequeña saltaba de
alegría, sin saber cuán valioso era
el regalo; luego corrió hasta su casa
para mostrárselo a sus padres.
Mientras volaba de regreso, el
ave pensó que no sería correcto
abandonar a una estatua ciega;
por eso decidió quedarse a su lado
para siempre. Pero al contarle al
Príncipe su decisión comenzaron a
discutir: “que sí”, “que no”, “debes
irte con tus hermanas”, “que no me
voy”. Exhausta, la golondrina se
recostó sobre los pies del Príncipe
y se quedó dormida.
Al día siguiente, ambos pasaron
una buena velada: la estatua
escuchó el relato de los viajes de
la golondrina, que hablaba sin
parar sobre todas las maravillas
que había visto:
–Todo lo que me narras, querida
golondrina, es maravilloso. Pero
pienso que no hay nada más
sorprendente que la miseria. Pasea
por la ciudad y después ven a
contarme todo lo que veas.
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