Page 116 - CUADERNO-3
P. 116

Al regresar, la golondrina le dio
todos los detalles de la ciudad:
ricos felices en sus mansiones,
pordioseros durmiendo en la calle,
ancianas enfermas sin nadie que
las cuidara. ¡Cuánto dolor, cuánta
tristeza!
–Tengo el cuerpo cubierto de oro
–dijo la estatua. ¡Despréndemelo
y entrega las láminas a quien las
necesite!
Así lo hizo la golondrina, iba y
venía sin parar. Muchas caras
tristes volvieron a sonreír.
Llegó el invierno, el frío y la
nieve habían tocado todo en el
pueblo y la golondrina agitaba
sus alitas para mantener el calor
y no abandonar al Príncipe Feliz.
Pero un día, ya sin fuerzas, supo
que iba a morir. Se despidió de
la estatua ciega y esta pensó que
emprendería su postergado viaje
a Egipto, así que le agradeció
su compañía, su solidaridad y le
deseó buena suerte.
Cuando clareó de nuevo el día,
el alcalde del pueblo pasó con
algunos de sus colaboradores
frente a la estatua y no podían
creer lo que veían.
114
–¿Qué pasó con esta estatua?
Parece la de un pordiosero. ¡Han
desaparecido los zafiros, el rubí y
las láminas de oro! Y para colmo
de males: un pájaro muerto a sus
pies. ¡Derriben esa estatua de
inmediato y fundan el metal en un
horno! –ordenó el alcalde.
Después de unos días, el fundidor
comentó:
–¡Qué cosa más extraña! El
corazón del Príncipe Feliz no se
funde –lo arrojó a un cajón donde
depositaban los desechos. Nadie
recordaba que allí también estaba
la golondrina muerta.
En el cielo, Dios ordenó a sus
ángeles que le trajeran las dos
cosas más preciadas de la ciudad.
Así fue como el ave muerta y el
corazón de plomo llegaron al
Paraíso.
–Han hecho una excelente elección
–dijo Dios a los ángeles–. En mi
reino, esta avecilla cantará para
siempre y el corazón del Príncipe
Feliz me alabará por los siglos de
los siglos.







































   114   115   116   117   118