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peñado por las sociedades secretas, la partici-
pación activa de los jesuitas expulsados, etc.
A estos antecedentes se agregan, como
hechos que apuran el proceso, la invasión de
Napoleón en España y la reacción que provoca
en América el absolutismo de Fernando VII,
luego de su restauración en 1814.
El 20 de julio de 1810, el prócer José Acevedo y Gómez
arengó a los santafereños y los animó a romper las
cadenas del oprobio.
Decadencia y caída
Durante el primer cuarto del siglo XIX, los dos
grandes imperios ibéricos en América, el espa-
ñol y el portugués, se desmoronaron como un
castillo de naipes. Con las excepciones de Cuba
y Puerto Rico, antes de 1825, casi todas las colo-
nias americanas habían terminado emancipán-
dose; pero a pesar de que en ambos imperios el
proceso independentista coincidió en el tiempo,
tuvo características muy diferentes.
El derrumbe del imperio español fue más
violento y culminó con su fragmentación en el
centro y sur del continente; el del Portugal fue
más pacífico y preservó su unidad, pues de él
sólo surgió una nación: Brasil.
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Sólo para curiosos
Con la batalla
de Maracaibo,
el 24 de julio de
1823, se conso-
lidó definitiva-
mente la inde-
pendencia de la
Gran Colombia,
integrada en
ese momento
por Venezuela,
Nueva Granada
y Ecuador.
Portugal gobernaba su colonia desde Río de
Janeiro. España lo hacía a través de cuatro
virreinatos: Nueva España (que abarcaba
parte de Estados Unidos, México y Centroa-
mérica), Nueva Granada (que incluía a las hoy
repúblicas de Venezuela, Colombia, Ecuador
y Panamá), Nueva Castilla o Perú (reducido,
tras la creación de los virreinatos de Nueva
Granada y Río de la Plata casi al tamaño de
este país, más la Capitanía General de Chile)
y Río de la Plata, que comprendía las actuales
repúblicas de Argentina, Uruguay, Paraguay
y Bolivia.