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Respuestas
Ejercicio 14
Subraye todas las preposiciones, ya sean simples,
agrupadas o locuciones, en el siguiente trozo
literario:
“Mira por el espejo retrovisor y se da cuenta de
que tiene detrás siempre el mismo coche. Nunca
dudó de que lo seguían, pero hasta ahora lo ha-
bían hecho con una discreción perfecta. Hoy ha
habido un cambio sustancial: quieren que sepa
que lo siguen.
A unos veinte kilómetros de Praga hay una gran
valla en medio del campo y detrás de la valla un
taller mecánico. Tiene allí un amigo y quiere que
le cambie el arranque que funciona mal. Detuvo el
coche frente a la entrada, cerrada por una barrera
a rayas rojas y blancas. Junto a la barrera estaba
una vieja gorda. Mirek pensó que iba a abrir la
barrera, pero ella se quedó mirándolo, sin hacer
el menor movimiento. Tocó el claxon, pero sin
resultado. Sacó la cabeza por la ventanilla. La
vieja dijo:
–¿Aún no lo metieron en la cárcel?
–No, aún no me metieron en la cárcel –contestó
Mirek– ¿Podría levantar la barrera?
Se quedó mirándolo impasible durante unos
largos segundos y luego bostezó y se metió en la
portería. Se aposentó detrás de la mesa y ya no
volvió a mirarlo.
Mirek bajó del coche, pasó junto a la barrera y
entró en el taller a buscar a su amigo el mecánico.
Éste [sic] lo acompañó y levantó la barrera (la vieja
seguía impasible en la portería) para que pudiera
entrar en el patio con el coche.
–Ves, eso te pasa por haber salido tanto en te-
levisión –dijo el mecánico–. Todas las viejas te
conocen de vista.
Bohemia e imponía su influencia en todas par-
tes, había despertado en ella una vitalidad poco
corriente.
Vio a personas que estaban situadas por encima
de ella (y todo el mundo estaba situado por
encima de ella) a las que la menor acusación
les quitaba el poder, la posición, el empleo y
hasta el pan, y eso la excitó: empezó a delatar
por su cuenta.
–¿Y cómo es que sigue de portera? ¿Ni siquiera
la ascendieron?
El mecánico se sonrió:
–No sabe contar hasta cinco. No la pueden as-
cender. Lo único que pueden es confirmarle su
derecho a denunciar. Esa es toda la retribución.
–Levantó el capó y se puso a revisar el motor.
En ese momento Mirek se dio cuenta de que a su
lado, a dos pasos de distancia, había un hombre.
Lo miró: llevaba puesta una chaqueta gris, una
camisa blanca con corbata y pantalones casta-
ños. Sobre el cuello grueso y la cara hinchada se
rizaba el pelo canoso ondulado a la permanente.
Permanecía de pie mirando al mecánico agachado
bajo el capó.
Al cabo de un rato el mecánico se dio cuenta de
su presencia, se levantó y dijo:
–¿Busca a alguien?
El hombre del cuello grueso y el pelo ondulado
contestó:
–No. No busco a nadie.
El mecánico volvió a agacharse sobre el motor
y dijo:
–En la plaza de Wenceslao, en Praga, hay un
hombre vomitando. Otro hombre pasa a su lado,
lo mira y hace un triste gesto afirmativo con la
cabeza: “Le acompaño en el sentimiento...”.
Tomado de: El libro de la risa y el olvido,
de Milan Kundera, Seix Barral.
–¿Y quién es? –preguntó Mirek y se enteró de que
la invasión del ejército ruso, que había ocupado
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