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MOTIVACIÓN
Mejorar el proceso de motivación individual
En la segunda gráfica de la página anterior se puede observar una
circunstancia en la que se intenta satisfacer una necesidad sin
conseguirlo, y cómo lo que comúnmente se hace es intentar con
acciones diferentes hasta lograrlo. El camino de la constancia es
válido siempre y cuando se evite el riesgo de caer en la frustración
o el desinterés.
Es necesario cuidar el impulso, el entusiasmo. Pocas situaciones
son tan tristes como un periodo de depresión o apatía. Así que es-
tamos obligados a conservar la energía que nos transmite la moti-
vación, y tenemos los medios para hacerlo.
Admitir la necesidad
Ya se dijo que la primera señal que nos sustrae de un momento
de estabilidad es un estímulo que puede originarse en nosotros
mismos o en nuestro entorno. Reconozcamos primero que esos
estímulos no son siempre positivos. Algo puede estar saliendo
mal, y entonces nos percatamos de la necesidad de cambiar. Es
deber de cada quien considerar los estímulos, sean positivos o
negativos, como oportunidades; siempre lo son.
Algunas sugerencias
Cuando te sientas motivado por algún estímulo, concreta tu
estado de atención en la necesidad que has descubierto, siguien-
do estas sencillas sugerencias:
•
No dejes pasar la motivación. No esperes, evalúa posibles cursos
de acción.
•
Reconoce desde el principio los problemas que pueden estar
fuera de tu control.
•
Solicita opiniones, capacítate para la acción si observas que es
necesario.
•
Si se trata de algo que has intentado y no consigues, no sólo eva-
lúes las acciones, revisa también el estímulo y la necesidad que
quieres satisfacer. Quizá puedas haber errado en el origen de tus
acciones.
•
Sé siempre creativo, analiza posibilidades de acción alterna-
tivas.
Constancia: Firmeza y per-
severancia del ánimo en las
resoluciones y en los propó-
sitos.
Apatía:
Dejadez, indolencia, falta de
vigor o energía.
Sustraer:
Apartar, separar, extraer.
Algunos de los más antiguos
tratados médicos mencionaban
ya la enfermedad que los grie-
gos llamaban melancolía, y que
hoy conocemos como depre-
sión, a partir de que el médico
inglés Sir Richard Blackmore la
llamó así en 1725.
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