Page 135 - CUADERNO-4
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Un día, los consejeros reales le dijeron que muy
cerca vivía una muchacha bellísima y culta que
reunía todas las cualidades de una futura reina. Al
emperador, que estaba harto de buscar esposa, le
pareció bien y aceptó convertirla en su mujer.
–¡No la conozco pero estoy aburrido de
esperar! ¡Me casaré con ella! –pensó.
Llegó el día de la boda. Todavía no conocía a la joven
con la que iba a casarse y estaba nervioso y muy
impaciente. Como mandaba la tradición, esperó a la
novia dentro del templo donde iba a celebrarse la
pomposa ceremonia real. Había tanta
expectación que no cabía un alfiler.
La futura emperatriz entró despacio,
luciendo un precioso vestido bordado
en oro y con la cara cubierta con un
velo de seda natural. Al llegar junto
al emperador, éste levantó el velo y
descubrió una joven de rostro hermoso
y dulce, con una pequeña cicatriz
con forma de luna cerca de la sien.
El emperador se emocionó. Esa
mujer era aquel bebé al que años
atrás había agredido por
culpa de su orgullo. Con
lágrimas en los ojos, tocó
la vieja cicatriz de la
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