Page 141 - CUADERNO-3
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–¡Sal! ¡Sal! No puedo entrar porque estoy bailando.
–¿Acaso no sabes quién soy? ¡Yo soy un
hombre malvado y no quiero ayudar a nadie!
–¡No me digas eso! –exclamó Karen–. Por favor,
quítame estas zapatillas rojas para dejar de bailar.
Cuando la puerta se abrió, Karen se
sorprendió al ver que el malvado hombre
era el mismo mendigo limpiabotas que
había encantado sus zapatillas rojas.
–¡Qué bonitas zapatillas rojas! –exclamó–.
¡Seguro que se ajustan muy bien al
bailar! –Le guiñó un ojo a Karen–.
Déjame verlas más de cerca.
Al tocarlas, las zapatillas rojas se
detuvieron y Karen dejó de bailar. Al
llegar a su casa, las guardó en una urna
de cristal y cada día que pasaba agradecía
no tener que bailar con sus zapatillas rojas.
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