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–Tanta vanidad no es buena, Karen.
A pesar de todo, la niña aprovechaba cualquier ocasión
para lucirlas. La anciana murió al poco tiempo, y aunque
Karen sabía que no debía usar las zapatillas para
ir al funeral a darle el último adiós a quien la
había ayudado tanto, no dudó en ponérselas.
“¡Estaré mucho más elegante delante de todo
el mundo!”, se dijo para darse consuelo y
no sentir el peso de su desobediencia.
Al entrar en la iglesia, un hombre de sucia
barba y vestido con harapos se dirigió a ella:
–¡Qué bonitas zapatillas rojas! ¿Quieres
que te las limpie? –le preguntó.
Karen pensó que si aceptaba el
ofrecimiento del extraño sus zapatillas
brillarían aún más. El hombre miró
fijamente los zapatos, les susurró algo y,
después de darles un golpecito en las suelas, ordenó:
–¡Ajústense bien cuando bailen!
Al terminar la ceremonia, Karen salió de la iglesia
y sintió un cosquilleo en los pies. ¡Qué sorpresa!
Las zapatillas rojas se pusieron a bailar con
movimientos sincronizados. Los allí presentes
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