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cabritos atemorizados corrieron a esconderse:
debajo de la mesa, bajo la cama, en la bodega,
en el horno, uno encontró lugar en un barril y
otro en una canasta. El cabrito más pequeño se
metió en el reloj de péndulo. Uno a uno el lobo los
fue atrapando y los metió en una bolsa para más
tarde saciar su hambre en medio del bosque. El único
que pudo salvarse fue el pequeño cabrito, porque
al lobo no se le ocurrió buscar en el viejo reloj.
Cuando regresó mamá cabra y encontró solamente
a uno de sus cabritos, lloró desconsolada por la
suerte de sus otros hijitos. Pero, a pesar de la
tristeza, se armó de valor y con el hijo menor salió
a buscar al lobo. Siguió sus huellas por el bosque
y de pronto escuchó un ronquido. El lobo, después
de haber hecho tanto esfuerzo por capturar a los
cabritos, se había quedado dormido del cansancio.
Sin hacer ruido, mamá cabra le quitó la bolsa y
uno a uno sacó a sus hijitos mientras les decía:
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