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Ante su segundo fracaso, el lobo no se dio por
vencido y decidió ir de inmediato con el pastelero.
–Quiero que me haga un pastel con muuucha
miel –le pidió al hombre–. Así se me va a
suavizar la voz –agregó, satisfecho con su idea.
Una vez que terminó de comerse el pastel, le
pareció que su voz era más suave. Luego ensayó la
voz de la cabra y, cuando creyó haberlo logrado,
corrió de nuevo a la casa de los cabritos.
–¡Abran, abran! ¡Soy mamá! –les dijo con
mucha confianza y con la voz más dulce que
jamás tuvo–. Les traigo comida sabrosa.
Esta vez los cabritos miraron por debajo de la
puerta y vieron las patas blancas como las de
la cabra. Convencidos de que era su mamita
que había regresado, abrieron la puerta.
Al descubrir que realmente era el lobo y no su
mamita quien había llamado a la puerta, los
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