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“La paciencia es la fortaleza del débil, y la impaciencia, la debilidad del fuerte”. Inmanuel Kant
El que espera...
...No desespera. El que sabiamente
espera, sencillamente espera, salvo
que su paciencia no esté puesta al
servicio de una estrategia en pos de
determinados objetivos. Esa es una
espera sin ton ni son; es pasividad
pura. La paciencia, en cambio, al ser
tanto una virtud como un núcleo de
la perseverancia, es un hacer.
José Antonio Cobeña Fernán-
dez, especialista en estas cuestio-
nes, escribió, a propósito del tema:
“¿Cómo es que nace la paciencia?
Sin lugar a dudas porque el cerebro
actual ha vencido al cerebro reptilia-
no; es decir, la corteza cerebral que
configura hoy la realidad existencial
de cada persona, permite controlar
los impulsos más primitivos de los
seres humanos, de nuestros antepa-
sados, que solucionaban cualquier
beligerancia y adversidad (infortu-
nios y trabajos) con agresividad total.
“Hay una realidad histórica: se
han necesitado millones de años
para preparar la configuración del
cerebro que posibilite tener pacien-
cia y aprender a convivir con ella sin
tener que llamarla necesariamente
virtud, porque es una posibilidad
que ofrece la estructura global del
cerebro humano”.
Es verdad que, como apunta Co-
beña Fernández, los hombres no
deberíamos considerar la paciencia
como una virtud, pero sigue sién-
dolo. El vértigo que nos impone el
mundo en el que vivimos atenta
contra esta herramienta poderosa
que nos permite aguardar sin deses-
peración a que nuestras estrategias
den sus frutos. Que la siembra nos
regale una cosecha generosa.
La incapacidad de espera no solo
nos hace perder la serenidad, sino
que nos causa dolor. Aquí, precisa-
mente, subyace una de las razones
por las cuales vivimos, cada vez más,
en un mundo que reparte euforia y
frustración por partes iguales. Eu-
foria ligada al éxito rápido, la que
generalmente es tan circunstancial
como provisoria; y frustración cuan-
do los logros no se hacen visibles
inmediatamente.
La paciencia, en cambio, que es
hija de la seguridad que tengamos
en nosotros mismos, nos dota de
serenidad, lucidez y sabiduría. La
historia de los logros de la especie
humana está tapizada de pacien-
cia. Esta es una realidad de la que
los científicos, en particular, pueden
dar fe. Solo la capacidad de tomar-
se el tiempo necesario ha permitido
la resolución de los mayores proble-
mas e interrogantes que la ciencia
suele plantear. Charles Darwin de-
dicó más de quince años a verificar
los resultados de El origen de las es-
pecies, y Montesquieu demoró un
cuarto de siglo en escribir El espíritu
de las leyes.
Por último, la paciencia debe ser
una gracia que nos concedamos a
nosotros mismos. Cuando las cosas
Esperar, no desesperar
Esperar. No desesperar
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