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“Ten paciencia con todas las cosas, pero sobre todo contigo mismo”. San Francisco de Sales
La impaciencia revela descon-
fianza en el propio plan de acción,
porque en la medida en que una
persona está convencida de que al
actuar de una determinada manera
alcanzará el logro ambicionado, el
tiempo no es más que uno de los
elementos que debe tener en cuen-
ta. Quien confía en el rumbo elegido
no desespera. En este plano, la pa-
ciencia es uno de los componentes
fundamentales de la perseverancia,
de la constancia.
“La paciencia todo lo alcanza”,
proclamaba Santa Teresa de Jesús. Y
si la santa hablaba en términos casi
místicos, Mahatma Gandhi lo aplica-
ba al proceso revolucionario con el
que India consiguió su independen-
cia de Gran Bretaña. Los seguidores
del líder pacifista desesperaban al
verlo sentado frente a la rueca hilan-
do su propia ropa varias horas por
día, mientras la lucha contra la do-
minación inglesa se desarrollaba en
las calles. Gandhi creía que buena
parte del triunfo se asentaba sobre
la paciencia que el pueblo tuviera
para derrotar a los ocupantes.
Paciencia es acción
La paciencia es una virtud porque
debe cultivarse y desarrollarse. Es
una fortaleza de carácter, porque
solo quien no duda de sí mismo y de
sus acciones puede confiar en los re-
sultados a pesar de que se demoren.
Y es una poderosa arma de triunfo
porque supone la capacidad de, en
cierta medida, manejar el tiempo.
Respecto de esta cualidad, fue-
ron los grandes estrategas militares
quienes más se valieron de ella como
herramienta de combate y quienes
mejor probaron su eficacia. Supie-
ron esperar y escoger el cuándo y el
cómo. Dijo Thomas Carlyle: “El ge-
nio es el infinito arte de trabajar con
paciencia”.
Gandhi procuraba explicarle a sus
seguidores una cuestión que tiende
a confundir al hombre del siglo XXI:
la paciencia no es pasividad sino ac-
ción, por más paradójica que resulte
esta afirmación.
Las dos ovejas
Dos ovejas pastaban cerca de un río.
De pronto el río comenzó a crecer, y
como ambas tenían a sus crías al otro
lado, una de ellas dijo desesperada:
“¡Debo cruzarlo!”. “Debes aguardar
a que baje”, contestó la otra. Pero la
primera se lanzó al río y se la llevó la
corriente.
Veamos: la persona pasiva, la que
se sienta a esperar que los males
que la aquejan desaparezcan solos,
no es paciente sino resignada. No
hace ni ha hecho nada para trans-
formar una realidad que le es hos-
til. El hombre paciente, en cambio,
Esperar, no desesperar
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