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La familia
El equipo personal
En su libro Salvemos a la familia, Alberto Mottesi escribe: “De todo lo que pue-
da hacerse en la vida, nada será tan importante como la huella que uno deje en
su propio hogar.”
Es el hogar el lugar de mayor influencia en la formación de las personas. Es
verdad, hay otras instancias: la escuela, la sociedad. Pero es al interior de la célu-
la familiar donde construimos nuestra identidad personal y donde se conforma
nuestra concepción —o distorsión— de los valores fundamentales, tales como
la unidad, la solidaridad, la dignidad y la laboriosidad; de ahí el refrán que dice:
“los problemas del mundo no se resuelven fuera de las paredes de la casa”.
Las familias, como los individuos o las instituciones, necesitan precisar un
rumbo, fijarse un propósito y definir unas metas, que sin duda estarán destina-
das a potenciar la mejora de los individuos que la integran.
En América Latina tenemos la fortuna de compartir un profundo senti-
miento de arraigo familiar, y nuestro concepto de familia se amplía más allá
del estrecho esquema del hogar nuclear —pareja e hijos— que predomina en
otras culturas. Además de los hijos, el padre y la madre, contamos con otras
figuras —piensa, por ejemplo, en los abuelos— con las que compartimos el
hogar y la vida, y que cumplen significativos papeles dentro del núcleo familiar.
Las familias, conformadas en las maneras más diversas y que se mantienen
unidas, son la base de integración de comunidades, sociedades y naciones. Son
lazo de unión y lugar de encuentro en el que se cultiva la superación de sus
miembros, lo que nos lleva a concluir que el éxito de una familia no es fruto de
la casualidad. Decía el médico y escritor escocés Samuel Smiles: Cultiva un pensa-
miento y cosecharás un acto; cultiva un acto y cosecharas un hábito; cultiva un hábito
y cosecharas un carácter; cultiva un carácter y cosecharás un destino.
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Formación en tiempos de cambio