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Era un árbol pequeño pero muy bonito, de hojas
verdes y brillantes, y un tronco duro y dorado.
Todos los vecinos tenían una gran curiosidad
por saber cuál era el nombre de aquel
peculiar árbol, así como los motivos por
los cuales lo habían traído desde lejos.
Lupita era una niña que vivía en el pueblo.
Tenía 10 años y le gustaba mucho la naturaleza.
Muchos días, cuando no tenía colegio, regaba
los troncos de los árboles con una regadera.
Un día, al llegar al árbol nuevo, se encontró
con otro niño regando su tronco y le dijo:
–Hola, me llamo Lupita. ¿Este árbol es tuyo?
–Hola, yo me llamo Andrés. Este
árbol era de mis abuelos.
–¿De tus abuelos? ¿Y por qué tiene esas
hojas tan brillantes? Como es pequeño pensé
que tenía pocos años. ¿Cómo se llama?
–Es el árbol de la Sinceridad. Y se
mantiene así porque mis padres me
han enseñado cómo cuidarlo.
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