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Cuando la policía lo detuvo, negó toda la historia. Pero cuando
registraron su casa no pudo mantener su mentira por más tiempo.
En la despensa tenía un montón de botes llenos de sopa de letras y la
aspiradora con la que las absorbía.
Al final lo obligaron a repartir todo entre la gente del pueblo. Se
organizó una comida en la que todos pudieron degustar aquella rica sopa.
Desde entonces, todos los libros empezaron a recuperar las letras y todo
volvió a la normalidad.
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