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–Todos me odian y me temen. Nadie me ha invitado nunca a una
fiesta de cumpleaños. Nadie me quiere. ¡Qué bueno es este niño!
Y mientras pensaba esto, las lágrimas comenzaron a descolgarse
de sus ojos. Primero unas pocas, después tantas y tantas
que se convirtieron en un río que descendía por el valle.
–Ven, móntate en mi lomo –dijo el dragón
sollozando–. Te llevaré a tu casa.
El niño vio salir al dragón de la madriguera.
Era un reptil bonito, con sutiles escamas
coloradas, retorcido como una serpiente,
pero con patas muy robustas.
Taró montó sobre la espalda del feroz animal
y el dragón comenzó a nadar en el río de sus
lágrimas. Y mientras nadaba, por una extraña
magia, el cuerpo del animal cambio de forma
y medida, y el niño llegó felizmente a su casa,
conduciendo una barca con
adornos muy bonitos y
forma de dragón.
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