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ANTOLOGÍA DE BUENAS HISTORIAS
palabras fuertes le preguntó: –¿Por qué
te sientas en una postura que va en con-
tra de las tradiciones? El monje contestó
calmadamente: –No sé cuál es la posi-
ción correcta. ¿Podría usted orientarme?
Y el sacerdote replicó: –¿Cómo? ¿No has
visto que la imagen está al frente y todos
le dirigen la mirada?
–Bueno, –dijo el monje– me parece bien
lo que hacen los otros, pero Dios tam-
bién está en ellos. Señaló a todos los
que estaban delante, luego siguió se-
ñalando en otras direcciones y agregó:
–Y también lo veo allí, y más allá, por-
que Él está en todas partes. Podemos re-
presentarlo en una imagen y eso puede
ayudarnos, pero también puede hacer-
nos olvidar que está en las personas y en
todo lugar.
Una persona salió a caminar por una playa desierta en un día soleado. De pronto
vio a la distancia a una persona que al parecer ejecutaba una especie de danza.
Se fue acercando y vio a un joven que se agachaba, recogía algo de la arena y lo
lanzaba mar adentro. Hacía lo mismo una y otra vez con gran energía.
Un poco más cerca el caminante se dio cuenta que en la arena había cientos de
estrellas de mar que el oleaje había depositado en la arena y el joven las estaba
devolviendo al océano. –¿Puede decirme para qué lo está haciendo?, –preguntó.
El joven, bañado en sudor, dijo: –Las estoy salvando, –y devolvió una estrella
más al mar–. –Pero hay miles de estrellas de mar y usted no puede salvarlas
a todas. ¿No le parece que lo que está haciendo en realidad no tiene sentido
porque son demasiadas? El joven sonrió, tomó otra estrella, la lanzó con fuerza
al mar y dijo con energía contagiosa: –Para esa y todas las que he devuelto ya
tiene sentido.
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