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“El niño trabaja o juega para sí mismo, por placer. No juega contra los otros”. Jean Piaget
al deporte y la actividad física es su
capacidad para disminuir el estrés.
Por lo tanto, y a pesar de que co-
tidianamente nos referimos a este
“personaje diabólico”, valdría la
pena profundizar un poco en su
génesis y las consecuencias que
provoca.
Un escudo que nos
hunde
En inglés, el término stress signifi-
ca “fatiga”, “cansancio”, y es una
reacción defensiva que produce el
cuerpo naturalmente cuando se
siente amenazado por una deman-
da excesiva. En este punto, el estrés
poco tiene que ver con una patolo-
gía, y mucho con un modo de pre-
servación física.
La mala fama que tiene este me-
canismo de defensa del cuerpo se
debe a que, en determinadas situa-
ciones, puede llegar a desatar enfer-
medades incluso graves.
Con frecuencia se cree que el es-
trés es un producto de la vida mo-
derna. No es así. La taquicardia, la
vasoconstricción periférica, y toda la
suma de síntomas que produce esta
reacción del cuerpo le ocurrían ya al
hombre primitivo, con la diferencia
de que, en su caso, él removía las
causas que lo llevaban a ese estado,
o moría a manos de ellas. Enfrentar-
se a un animal peligroso era, sin du-
das, causa de un gran estrés, pero
el momento no duraba demasiado:
el hombre huía, mataba al animal o
era devorado por él.
Para nosotros, en cambio, el estrés
suele ser parte de la vida cotidiana.
Vivimos en situación de máxima ten-
sión. Así, un mecanismo de defensa
cuya única función debería ser pre-
venirnos respecto de una amenaza
circunstancial, permanece activo du-
rante largos periodos, produciendo
síntomas de alerta que son, precisa-
mente, los que nos enferman.
La secreción de adrenalina que el
cuerpo produce ante el peligro nos
confiere una fuerza física de la que
no disponemos habitualmente (para
poder defendernos del agresor),
pero si la secreción adrenalínica se
prolonga, puede enfermarnos.
Qué hacer
Podríamos dar aquí una larga lista de
los factores estresantes que nos lle-
van cotidianamente a una situación
de alerta, pero, en mayor o menor
medida, todos los conocemos: es-
tímulos ambientales dañinos, tener
que procesar información más rápi-
do de lo que nos permite la mente
y exigencias laborales que nos so-
brepasan son apenas algunos de los
más frecuentes.
Preferimos, en cambio, acercarle
algunas recetas relativamente sim-
ples, para aplacar o desactivar la
alarma:
– Tome una sesión de masajes. Bien
realizados producen una rápida rela-
Deporte y prácticas antiestrés
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