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El martillo estuvo de acuerdo y le dio la razón:
–¡Pues yo también me niego!
La cosa se estaba poniendo muy pero que muy
fea. Por suerte, algo inesperado sucedió, en
ese momento crucial, ¡entró el carpintero!
Al notar su presencia, las tres herramientas
enmudecieron y se quedaron quietas como estacas.
Desde sus puestos observaron cómo, ajeno a la discusión,
colocaba sobre el suelo varios trozos de madera de
haya y se ponía a fabricar una hermosa mesa.
Como es natural, el hombre necesitó utilizar diferentes
utensilios para realizar el trabajo: el martillo para
golpear los clavos que unen las diferentes partes,
el tornillo para hacer agujeros y la lija para quitar
las rugosidades de la madera y dejarla brillosa.
La mesa quedó fantástica, y al caer la noche, el
carpintero se fue a dormir. En cuanto reinó el silencio
en la carpintería, las tres herramientas se juntaron
para charlar, pero esta vez con tranquilidad
y una actitud mucho más positiva.
El martillo fue el primero
en alzar la voz:
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