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Pero un día el erizo se dio cuenta
de que tan solo le quedaba una
púa sobre el lomo. Había sido
tan generoso con los demás
que las fue perdiendo una tras
otra, casi sin darse cuenta.
Finalmente, decidió regalar la
púa que le sobraba a un ratón
que huía temeroso de un gato fiero
y hambriento. ¡Qué feliz se sintió el
erizo al ver cómo el ratón usó su púa
de espada para ahuyentar al gato!
Mientras sonreía de felicidad por la victoria del
ratón se apareció una serpiente, que observaba
desde hacía días al erizo generoso, y poco a poco
fue aproximándose a él, que ya disfrutaba del sol
con la pancita arriba ajeno a todo mal.
Pero no creas que el erizo tenía
miedo. Estaba tan convencido de que
cada cual tenía que aceptar su
destino y las consecuencias
de sus actos,
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