Page 167 - CUADERNO1
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–¡Ay, miserables pollos...
ni siquiera volar pueden,
menos mal que algo sabrán
cantar para poder estar
aquí en la tienda! –repitió
lo mismo varias veces.
Al terminar, tomó a los
ruiseñores y los introdujo
en una jaula estrecha
y alargada, en la que
solo podían moverse
hacia adelante.
En seguida, sacó un grupito
de petirrojos de una de sus
jaulas alargadas. Eran los más
creciditos, ya en edad de echar
a volar y, en cuanto se vieron
libres, se pusieron a intentarlo.
Sin embargo, el pajarero
Benjamín había colocado un
espejo suspendido a pocos
centímetros de sus cabecitas
y todos los que pretendían
volar se golpeaban y
caían sobre la mesa.
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