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“Lo que somos se lo debemos al afecto. Nuestros días transcurren gracias al cariño”. Dalai Lama
Capítulo 4
—Y tú, ¿quién eres? —gritó el
niño en dirección al lugar desde
donde había venido la extraña voz.
Recibió como respuesta otro grito:
—Y tú, ¿quién eres?
Miró al padre, al que ya apenas
podía divisar, pero era evidente que
este no hablaría; o estaba tan sor-
prendido como él o había decidido
no intervenir.
Ante lo extraño, porque quería
amedrentar a aquella voz o simple-
mente enojado por su irrupción, que
parecía una burla a su caída, el niño
gritó:
—¡Cobarde!
Y desde aquella dirección, con
energía similar a la suya, llegó otro
grito:
—¡Cobarde!
El niño se asustó y en la penum-
bra abrazó a su padre.
—¿Qué sucede? —le preguntó
ansioso el pequeño.
El hombre, que había nacido en
aquel lugar y conocía bien el terre-
no, cargó a su hijo a la espalda y co-
menzó a bajar con él a cuestas.
—Calla unos momentos y presta
atención —le dijo.
Después volvió la cabeza hacia
aquel incierto lugar de la montaña
y gritó:
—¡Te amo!
De inmediato llegó la respuesta:
—¡Te amo!
—¡Te admiro! —gritó el padre.
Y la voz contestó:
—¡Te admiro!
El niño, asombrado, se pegó al
hombro de su padre. No hizo falta
que reiterase su asombro y curio-
sidad. No hizo falta que formulara
pregunta alguna. El padre se le ade-
lantó y le dijo con calma:
—Te explicaré, hijo. Eso es un
fenómeno que la gente llama eco.
Pero para mí, y espero que desde
hoy también para ti, eso se llama “la
vida”. Eso tan prodigioso te devuel-
ve siempre lo que dices; también
lo que haces, por cierto. La vida es
solo el reflejo de nuestras acciones.
Si das amor y afecto creas más amor
y afecto, que se reparte en ondas
y regresa. Y lo mismo pasa si emi-
tes palabras de agresión u odio. Y
de acuerdo con el tipo de existencia
que quieras tener, con los mensajes
que quieras recibir, así deberás ele-
gir qué mensaje o actitud dar. Esto,
recuerda, es aplicable a todos los
ámbitos en que te muevas. La vida
te regresará siempre lo que le hayas
dado.
Este no es un tratado de moral ni
una obra religiosa. Pero los presen-
tes capítulos intentan transmitir una
verdad, inculcar una práctica que
además de adecuada es provecho-
sa. El tiempo que invertimos en los
afectos es tiempo ganado.
Quien lo da se beneficia por el
solo acto de brindarse; algo en él
se ensancha y se hace más huma-
no. Pero tampoco hay duda de que
quien da amor y buena predisposi-
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