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“No basta saber, sino también aplicar el saber”. Goethe
la denominó, y es la que nos rela-
ciona de un modo más estrecho con
el medio ambiente. Plantas, anima-
les y estructuras geológicas alientan
el interés de ciertas personas cuan-
do estas cuentan con un desarrollo
especialmente alto de este tipo de
inteligencia.
Otro tanto podría decirse de la cu-
riosidad intensa que los astrónomos
sienten por el cosmos. Gardner la
definió como inteligencia existencial
y explica la tendencia, mayor que la
de otros seres humanos, a vincularse
y sentirse atraídos por el infinito uni-
verso que nos rodea.
Doce años después del giro casi
copernicano que había producido
Gardner, otro psicólogo norteame-
ricano, Daniel Goleman, le propinó
una nueva sacudida a los viejos con-
ceptos. Su libro Inteligencia emocio-
nal, publicado en 1995, movió aún
más el eje según el cual solo la fun-
ción lógico-matemática era tarea es-
pecífica de la inteligencia.
De la inteligencia emocional nos
ocuparemos detenidamente en el si-
guiente capítulo.
Lo cierto es que casi con el final
del siglo XX, los supuestos de que
inteligencia era “solo pensar” se
cayeron definitivamente y con ellos
toda una serie de intentos de cuanti-
ficar el poderío de la mente de cada
persona, a partir de tests que había
puesto en marcha la psicometría,
una disciplina que procura efectuar
mediciones de cociente intelectual,
entre otras valoraciones.
Factores hereditarios, biológicos,
ambientales, la motivación, la educa-
ción y los hábitos, se sabe hoy, tienen
un valor determinante en el desarro-
llo y la potencialidad, ya no de la in-
teligencia como un elemento único,
sino de las diversas inteligencias que
los seres humanos poseemos.
El hombre partido
Durante muchos siglos se ha pensa-
do que el hombre poseía una parte
noble y coherente, la mente, y otra
errática y poco confiable, el cora-
zón. Los sentimientos parecían ser
los díscolos de la casa y estar en un
estado de subordinación a los dicta-
dos racionales.
Aristóteles, el gran filósofo grie-
go, concebía a los sentimientos
como caballos indómitos a los que
el auriga o conductor del carro, por
supuesto el pensamiento racional,
debía someter.
Sin embargo, hoy se revalora esa
parte subestimada y olvidada, y se
enfatiza su importancia social, in-
cluso para acceder a mayores logros
económicos o laborales.
Tan importante es el aspecto
emocional que si tuviéramos que
hacer un breve repaso de nuestro
itinerario de vida, difícilmente recor-
daríamos cuáles eran nuestros pen-
samientos dominantes hace quince
años, o diez, o al menos cinco. Pero
La inteligencia no es solo pensar
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