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“En casa llena, presto se guisa la cena”. Miguel de Cervantes Saavedra
—A dormir, eso no me lo pre-
gunta ni tu madre — se impacientó
Juan.
—Solo contéstame eso. ¿Cuánto
ganas por hora? Dímelo de hombre
a hombre.
Juan se enterneció. Sacó nueva-
mente las cuentas y le dijo:
—Contando solo doce horas dia-
rias, gano diez pesos por hora.
No necesitó insistir para que el
niño durmiera.
—Gracias —dijo Marcos. Le dio
un beso a su padre y cerró los ojos
con una sonrisa.
Dos noches después nuestro hom-
bre llegó cansado a su casa y encon-
tró a su esposa algo preocupada.
—Mira, Juan. Otra vez quiso que-
darse despierto. Pero hay algo nue-
vo. Me pidió prestado dos pesos y
me enteré de que hizo otro tanto
con su abuela, que por supuesto
también se los dio. No sé en qué an-
dará. Habla con él, por favor.
Juan subió nuevamente las
escaleras hasta el dormitorio
de su hijo. Esta vez en pijama,
el niño estaba excitado, de
pie. Ni bien vio entrar a su padre co-
rrió a abrazarlo. Luego, sin dejarlo
hablar, le dijo:
—Papá, espero que no te enojes.
Hoy saqué el dinero ahorrado en mi
alcancía. Yo tenía seis pesos, pero
conseguí cuatro más. Ahora tengo
ya los diez pesos. Tómalos. Tú me
dirás cuándo, no tiene que ser aho-
ra. Pero toma. Ya tienes los diez pe-
sos. Ahora, ¿podrías venderme una
hora de tu tiempo?
A vivir se aprende y es cierto que
nos lleva toda la vida hacerlo. Pero
a veces ver la vida de los demás nos
ahorra tiempo. El bienestar econó-
mico es algo lícito de apetecer, es
una meta que debe comprometer
nuestras mejores energías. Pero
en lo posible (ya volveremos sobre
ello), que no nos pase lo mismo que
a Juan.
Lim Yong Hian
El bienestar económico
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