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“El progreso comienza por la creencia de que lo necesario es posible”. Norman Cousins
asalte el hambre para saber que es
necesario hacerse de alimento.
Satisfacer necesidades adecuada-
mente y con capacidad anticipatoria
son los dos factores que nos empu-
jan a participar de forma activa en
la vida económica de la sociedad
que nos contiene. Cuando ambas
cosas son resueltas sin sobresaltos,
decimos que gozamos de bienestar
económico.
Sin embargo, el desarrollo cien-
tífico y tecnológico que ha experi-
mentado la sociedad global desde
la época de las cavernas hasta hoy
ha incrementado notablemente el
número de necesidades que debe-
mos satisfacer. Un televisor, una es-
tufa, un refrigerador o una lavadora
no eran parte de las necesidades del
hombre de la Edad Media; en el si-
glo XXI lo son, e inciden sobrema-
nera en la calidad de vida y en la
autoestima de las personas. Conser-
var la comida entre barras de hielo
no afecta la supervivencia de nadie,
pero nos denigra a los ojos de los
demás, y también eso atenta contra
nuestra salud, psíquica en este caso.
Comprar y vender bien
La cuestión actual no es discriminar
lo que es y lo que no es imprescin-
dible, pues cualquiera lo sabe, como
lo sabía el hombre de la Edad Me-
dia. La cuestión es, más bien, saber
diferenciar cuáles son los bienes que
adquirimos sin que estén destina-
dos a cubrir alguna necesidad real, y
cuáles realmente necesitamos.
Las necesidades, claro, no son
las mismas para todos. Una cámara
fotográfica de altísima complejidad
puede ser superflua para un em-
pleado bancario, pero es indispen-
sable para un fotógrafo profesional.
En la medida en que los bienes
no llegan a nosotros como maná del
cielo, sino que debemos intercam-
biarlos por el dinero, y ese dinero
solo se obtiene trabajando e invir-
tiendo horas de nuestra vida, estar
en capacidad de calibrar cuál es la lí-
nea donde se sitúa nuestro bienestar
económico parece ser la gran virtud
de nuestro tiempo.
Se podría decir que esa línea va-
ría según el paso del tiempo y las
circunstancias; es verdad. Pero inde-
fectiblemente habrá de estar sujeta
a otras necesidades no económicas
que tenemos los seres humanos. Tra-
bajar catorce o quince horas diarias y
lograr un mayor ingreso económico
aumentará nuestra prosperidad, pero
deberemos entregar a cambio seis o
siete horas de convivencia con la fa-
milia, de descanso o de diversión.
Este dilema de la “manta corta”
(si me cubro la cabeza me descu-
bro los pies y viceversa) tiene, sin
embargo, una solución, de acuerdo
con quienes se han ocupado de es-
tudiar el tema. Aumentar o mejorar
el bienestar económico, sin que esa
mejora se traduzca en un malestar
emocional o familiar, está directa-
El bienestar económico
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