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“Hay momentos en que la audacia es prudencia”. Clarence Darrow
Capítulo 8
prohibiciones de la naturaleza y se
empeña en oponerse a sus planes”.
Ese arrojado ser
Efectivamente, el hombre es el úni-
co ser vivo que se atreve a contra-
riar tanto a la naturaleza como a sus
propios instintos. Ese afán transgre-
sor que lo conduce a saltar límites
fue el que le permitió, por ejemplo,
volar, viajar a mayor velocidad que
el sonido y llegar con su voz y con su
imagen a miles de kilómetros de dis-
tancia. Nada estaba en su condición
anatómica.
Ese raro bandoneón
Uno de los músicos más innovadores
del siglo XX, el argentino Ástor Piazzo-
lla, cuando le preguntaron qué hacía a
su música tan particular, respondió: “Mi
audacia está en la armonía, en los rit-
mos, en los contratiempos, en el contra-
punto de dos o tres instrumentos, que
es hermoso, y buscar que no siempre
sea tonal, buscar la atonalidad”.
Sin embargo, la mayoría de los
experimentos que lo condujeron al
éxito fueron obra de la audacia, no
de la osadía. Atreverse a dar el paso
luego de haber calculado las oportu-
nidades reales de no caer, es audaz;
darlo, apostando a la buena fortuna,
es osado. El perro no salta la zanja
porque jamás ha podido atravesar
un obstáculo semejante; el audaz se
dispone a salvar el impedimento acu-
diendo a la inventiva, a la reflexión y,
por qué no, al atrevimiento.
De tal modo, una probable defini-
ción de audacia podría ser el atrevi-
miento que posee una persona para
ir en busca de un logro luego de ha-
ber evaluado los riesgos, sin parali-
zarse ante ellos.
Es evidente que lo heroico, lo irra-
cional, lo extremadamente riesgoso,
atrapa las fantasías del ser humano.
La literatura y el cine, en especial,
han vivido de estas historias extraor-
dinarias. Pero en la medida en que
todas las acciones teñidas de aque-
llas fascinantes características, debie-
ran su éxito —cuando lo tienen— a
lo providencial, el progreso humano
sería realmente fortuito.
Los audaces no son irracionales;
todo lo contrario, son arrojados, son
atrevidos, son pioneros, pero no son
locos. Poder volar sobre una máquina
más pesada que el aire no fue el lo-
gro de un grupo de desequilibrados.
Fue obra de una interminable canti-
dad de cálculos físicos, mecánicos y
matemáticos que arrojaron, al menos
en la teoría, certidumbres al respec-
to. Luego, claro, llegó la hora de lle-
varlos a la práctica, y eso sí fue tarea
de audaces. El audaz es una flecha
que va en contra de miles de osados.
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