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Elementos de enlace
influencia en todas partes, había despertado en ella una
vitalidad poco corriente.
Vio a personas que estaban situadas por encima de ella (y
todo el mundo estaba situado por encima de ella) a las que la
menor acusación les quitaba el poder, la posición, el empleo y
hasta el pan, y eso la excitó: empezó a delatar por su cuenta.
–¿Y cómo es que sigue de portera? ¿Ni siquiera la ascendieron?
El mecánico se sonrió:
–No sabe contar hasta cinco. No la pueden ascender. Lo
único que pueden es confirmarle su derecho a denunciar. Esa
es toda la retribución. –Levantó el capó y se puso a revisar
el motor.
En ese momento Mirek se dio cuenta de que a su lado, a dos
pasos de distancia, había un hombre. Lo miró: llevaba puesta
una chaqueta gris, una camisa blanca con corbata y panta-
lones castaños. Sobre el cuello grueso y la cara hinchada se
rizaba el pelo canoso ondulado a la permanente. Permanecía
de pie mirando al mecánico agachado bajo el capó.
Al cabo de un rato el mecánico se dio cuenta de su presencia,
se levantó y dijo:
–¿Busca a alguien?
El hombre del cuello grueso y el pelo ondulado contestó:
–No. No busco a nadie.
El mecánico volvió a agacharse sobre el motor y dijo:
–En la plaza de Wenceslao, en Praga, hay un hombre vo-
mitando. Otro hombre pasa a su lado, lo mira y hace un
triste gesto afirmativo con la cabeza: “Le acompaño en el
sentimiento...”.
Tomado de: El libro de la risa y el olvido,
de Milan Kundera, Seix Barral.
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