Page 205 - CUADERNO-2
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–¡Cambio ciruelas
por basura! ¡Cambio
ciruelas por basura!
La propuesta volvía
a surtir el efecto
deseado: todas las
mujeres se ponían a
recoger la porquería
que tenían tirada
por la casa, llenaban
varias bolsas y se la
llevaban al campesino
que, muy generoso,
les regalaba kilos de
ciruelas. ¡Para ellas
el trato no podía ser
más ventajoso!
Ocurrió que llegó a un
pueblo en el que nunca
había estado, y al igual
que en las ocasiones
anteriores, buscó el
lugar donde estaba
la muchedumbre y
empezó a anunciar su
oferta.
–¡Cambio ciruelas
por basura! ¡Cambio
ciruelas por basura!
Una vez más las
mujeres se pusieron
a limpiar sus
casas y salieron
entusiasmadas con
las bolsas repletas de
desperdicios. Todas,
excepto una preciosa
muchacha que se
acercó al campesino
con una bolsita muy
pequeña, más o
menos del tamaño de
un monedero.
–¡Vaya jovencita, qué
poca basura me traes!
La chica, un poco
avergonzada, le
explicó:
–Lo siento, pero
es que yo barro y
recojo todos los días
la casa porque me
gusta tenerla bonita
y aseada. ¡Esto es lo
único que he podido
reunir!
El hombre intentó
disimular su emoción.
–¿Cómo te llamas?–
le preguntó.
–Mi nombre es Irina,
señor– respondió la
chica.
–¿Estás casada, Irina?
La chica se puso
colorada como un
tomate.
–No, no lo estoy;
trabajo mucho y
aún no he conocido
a ningún chico que
merezca la pena,
pero sé que algún día
me casaré y formaré
una familia numerosa
porque, ¡me encantan
los niños!
El campesino se
quedó sorprendido
por su dulzura y tuvo
claro que era la chica
perfecta para su hijo,
justo lo que estaba
buscando. ¡Su plan
había funcionado!
Le cogió las manos
con afecto, la miró
a los ojos, y se lo
confesó todo.
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