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de sus formas, el brillo de su pelaje y la fiereza de su rostro.
Sin duda era un animal magnífico y digno de ver.
La rana, molesta al verle, hizo todo lo que estaba en sus
manos y más, para poder hacerse más grande. Pero por más
que se hinchó y se hinchó, no podía alcanzar las dimensiones
del buey. Llena de frustración por no lograr los resultados
deseados, la rana no dudó en ir más allá de sus posibilidades
y de nuevo luchó por hincharse un poco más hasta que, de
pronto, estalló como una burbuja de jabón.
¡Qué bien se la pasaron las ranas de la charca aquel día
saltando y jugueteando sin parar! Igual que podía haberlo
hecho la rana de nuestra historia, si hubiera aprendido a no
ponerse por encima de los demás.
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