Page 96 - 3 Metas y logros
P. 96

“No hagan como los marinos que trabajan como perros y gastan como asnos”. Tobías Smollet
Capítulo 11
Hablando de bienestar económi-
co y de la decisión de trabajar duro
para lograrlo, narraremos la historia
de un hombre común, llamémos-
le… Juan.
Nuestro amigo trabajaba ardua-
mente en su oficina, y así podía pa-
gar los gastos de la familia; una vez
que estos estaban asegurados, se
afanaba por prever los de mañana y
procurarlos; y una vez que esos tam-
bién estaban seguros, trabajaba más
horas pensando en la universidad de
su pequeño hijo Marcos, de apenas
ocho años; y una vez que eso estaba
seguro…
Lo cierto es que Juan regresaba
a su casa no antes de las diez de
la noche. Para entonces, su esposa
Malena estaba cansada, y Marcos,
que debía madrugar para ir a la
escuela, ya dormía profundamente.
Juan solía darle un beso en la frente,
despacio para no despertarlo. Luego
se informaba de las novedades del
día con su esposa, cenaban y no
mucho más tarde se apagaban las
luces de la casa.
Pero una noche (siempre en los
cuentos hay una noche en particu-
lar), Juan volvió y encontró al niño
empecinadamente despierto, lu-
chando contra su propio sueño.
Malena le había advertido a su es-
poso: “Sube a hablar con él. Insistió
en que tiene algo que preguntarte y
que no dormirá hasta hacerlo”.
Juan subió las escaleras intriga-
do. El pequeño se alegró de ver a su
padre. Después de todo, solo podía
conversar con él los sábados y los
domingos, siempre que Juan no es-
tuviera descansando de su fatigosa
semana, o que algún acontecimien-
to familiar les quitara la privacidad.
El sueño voló por la ventana, y el
niño, lleno de ánimo, se puso a ha-
cerle a su padre preguntas aparente-
mente banales, tales como si estaba
conforme con su día de trabajo, si
había viajado bien y cosas por el es-
tilo. Cuando iba a contarle su día de
clase, Juan lo interrumpió:
—Hijo. Ya es tarde y debes dormir.
¿Esas eran las preguntas importantes
que debías hacerme?
El niño, algo apenado por el abrup-
to corte del diálogo, contestó:
—No, no. Dime, papá. ¿Cuánto
ganas tú por semana?
Juan, extrañado, dudó si respon-
derle, pues había escuchado que los
niños no debían preocuparse por el
dinero. Pero Marcos insistió:
—Es importante para mí, papá.
Dime cuánto ganas.
Juan, que era un hombre veraz con
su hijo, sacó mentalmente la cuenta
y le respondió:
—Gano más o menos seiscientos
pesos.
—¿Y por día?— insistió el niño, que
aún no podía calcular mentalmente.
—A cinco días hábiles, por día se-
rían ciento veinte pesos— contestó el
padre ya algo impaciente.
—¿Y por hora? — insistió Mar-
cos. —Dime cuánto ganas por hora.
96


















   94   95   96   97   98