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“Pon un gramo de audacia en todo lo que hagas”. Baltasar Gracián
El osado confía en su buena es-
trella; el audaz, en sus cálculos pre-
vios. Así, la audacia está vinculada
con varias de las mejores virtudes
que templan el carácter de un hom-
bre, como la fortaleza. A esta últi-
ma cualidad la forja la confianza
que tengamos en nosotros mismos,
y el audaz es, precisamente, un
abanderado en cuanto a confiar en
sus propias fuerzas. Una vez que ha
calibrado a conciencia la situación,
no duda y se lanza a la lucha. Es
reflexivo, pero no timorato; toma
riesgos, pero no improvisa sobre la
marcha; interpela a la realidad, pero
no la desprecia ni la ignora. Como
ha dicho Jean Cocteau: “El tacto en
la audacia es saber hasta dónde se
puede ir demasiado lejos”.
Jonathan Swift escribió un alega-
to en favor de la valentía y la trans-
gresión humana que tiene una suma
de componentes dignos de ser anali-
zados. Proclamó: “Los brutos no van
más allá de sus posibilidades. El oso
no intenta volar. El caballo titubea
antes de saltar la triple valla. El perro
retrocede instintivamente ante una
zanja demasiado ancha y profunda.
Tan solo el hombre, en su locura, se
rebela obstinadamente contra las
El “loco” de la Casa Blanca
Barack Obama, ex-presidente de los
Estados Unidos es, acaso, uno de los
mayores ejemplos de audacia política.
Su color de piel, su conocida postura
antibélica en el caso de Irak, su defen-
sa al derecho del aborto y la declarada
protección a los inmigrantes ilegales
constituían todo un ramillete de des-
ventajas para quien pretendiera pos-
tularse como candidato presidencial
de los norteamericanos. Ni hablar del
segundo nombre de Obama: Hussein.
Sin embargo, el joven afroamericano
había observado cuidadosamente los
reclamos y las transformaciones que
estaban ocurriendo en el seno de la
sociedad de su país. Elementos nuevos
que la clase política tradicional era in-
capaz de percibir.
A diferencia del sistema con el
que competía, Obama no contaba
con los recursos económicos que exi-
ge una campaña electoral a la presi-
dencia pero supo resolver el dilema:
internet sería su gran vidriera política.
Era gratis.
El aplastante triunfo de Obama
demostró que no era un loco, como
muchos lo habían caracterizado; era
audaz. Había podido comprender una
realidad que los demás no veían, y no
le temió a los riesgos de afrontarla.
La ley del guerrero
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