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–Irina, tengo algo que
decirte: he montado
todo esto de cambiar
basura por ciruelas
con el fin de encontrar
una mujer buena y
hacendosa. Tú eres
la única que vino
a mí con una bolsa
pequeñita porque tu
casa está siempre
limpia y reluciente;
en ella no hay basura
acumulada y eso
me demuestra que
eres trabajadora,
cuidas tus cosas y te
preocupas por lo que
te rodea.
–Ya, pero… ¿para
qué quiere encontrar
una chica como yo?–
preguntó Irina.
–Pues porque tengo un
hijo maravilloso que
está deseando casarse
y formar una familia,
pero el pobre trabaja
tanto que nunca
tiene tiempo para
conocer muchachas
de su edad. Por lo que
acabas de contarme
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a ti te pasa lo mismo,
así que creo que no
sería mala idea que se
conocieran.
–No, no sería mala
idea…
–¡Pues no se hable
más! Te invito a
merendar a mi casa
¡Me da la impresión
de que se van a llevar
muy bien!– dijo el
hombre.
–¡De acuerdo! Me
vendrá bien tomarme
una tarde libre y hacer
un nuevo amigo.
El hijo del campesino
estaba podando unas
rosas en la entrada
cuando vio aparecer
a su padre a caballo,
acompañado de una
mujer desconocida
pero realmente
hermosa. Al llegar
junto a él, ambos se
bajaron del caballo.
–Hijo mío, esta es
Irina, una nueva
amiga que quiero
presentarte. La he
invitado a merendar
con nosotros para que
la conozcas y de paso
pruebe el riquísimo
bizcocho de naranja
que prepara tu madre.
¿Te parece bien?
Ni el joven ni Irina
escucharon lo que
el campesino estaba
diciendo porque
el flechazo fue
instantáneo y ambos se
quedaron totalmente
embobados, mirándose
a los ojos, ajenos al
resto del mundo.
El campesino se dio
cuenta y se alejó
en silencio con
una sonrisa en los
labios. Sabía que los
jóvenes acababan de
enamorarse y todo
gracias a la curiosa
prueba de cambiar
ciruelas por basura.






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