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Viendo el sufrimiento de los
huicholes, se reunieron en una cueva
el venado, el armadillo y el tlacuache. Ellos
tomaron la decisión de regalarles tan valioso
elemento, pero no sabían cómo hacer para
lograr su propósito. Entonces el tlacuache,
que era el más inteligente de todos, declaró:
–Yo, tlacuache, voy a traer el fuego.
–¡Ay sí cómo no, tú, tan pequeño
e insignificante! ¿Cómo vas a traer
el fuego?– dijo el venado.
–No se burlen, como dicen por ahí– contestó
el tlacuache–. “Más vale maña que fuerza”,
ya verán cómo cumplo mi promesa. Solo les
pido una cosa, que cuando me vean venir con
el fuego, entre todos me ayuden a alimentarlo.
Al atardecer, el tlacuachito se acercó cuidadosamente
al campamento de los enemigos de los huicholes
y se hizo bola. Así pasó siete días sin moverse,
hasta que los guardianes se acostumbraron
a verlo. Durante este tiempo observó que
en las primeras horas de la madrugada
casi todos los guardianes se dormían.
El séptimo día, aprovechando que
al guardia lo estaba venciendo el
sueño, se fue rodando hasta la
hoguera. Al llegar, metió la cola y
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