Page 147 - CUADERNO1
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–¡Soy la princesa y he dicho que te levantes,
bicho gordo! –dijo, mordiéndole la nariz.
La niña se levantó de un salto y dio un grito.
Varias personas llegaron corriendo y descubrieron
en el centro de la habitación un ratoncillo de gesto
orgulloso que parecía querer dar órdenes a todo
el mundo. Y era verdad, la princesa ratona estaba
enfadadísima con aquellos animales
grandotes que tardaban tanto en
traerle un pastel y un trozo de queso.
A todos les hizo tanta gracia ver a
una ratoncita tan mandona que la
guardaron en una jaula y la llevaron a
un circo de ratones. Y allí, sin sirvientes
ni comodidades, vivió la peor de sus
aventuras, pues para conseguir un poquitín
de comida al día tuvo que aprender a
escuchar y obedecer todas y cada una de
las tonterías que el domador le ordenaba.
Y ahora que sabe que se comportó más
como una domadora que como una
princesa, espera el momento de poder
escapar para buscar a todos los ratones
que maltrató, pedirles perdón y escuchar
atenta cualquier consejo que quieran darle.
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