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“La elocuencia es la señora de todas las artes”. Tácito
que nos valemos cotidianamente
para expresarnos, tanto sobre las co-
sas y cuestiones más simples, como
para convencer a nuestros semejan-
tes de vender un televisor o aceptar
una propuesta de matrimonio.
Hablar coherentemente, con cla-
ridad y hasta con belleza es una cua-
lidad que le brinda a quien la posee
una especie de un pasaje en clase
VIP hacia el éxito. La buena oratoria
es capaz no solamente de allanar el
camino hacia una sólida considera-
ción social, sino que hasta tiene el
poder de designar presidentes en los
países.
Hablar bien, sin embargo, o tener
“facilidad de palabra”, no es siem-
pre una característica que se posea
naturalmente. Más aún, hay para
quienes la sola idea de tener que ha-
blar en público puede ser atemoriza-
dora. Existe, sin embargo, una serie
de técnicas que si se conocen y se
practican, pueden llevarnos a adqui-
rir la tan preciada cualidad del “bien
decir”. Veámoslas.
Las partes y el todo
Desde la estructura, cualquier dis-
curso, tanto hablado como escrito,
se compone de tres partes: presen-
tación, desarrollo y cierre.
La primera parte, como su nom-
bre lo indica, tiene la función de
presentar el tema. Aunque breve,
debe dejar establecida no solamen-
te la cuestión en general, sino los
puntos principales sobre los que ha-
bremos de profundizar en nuestro
discurso.
El desarrollo, por otro lado, es el
bloque central de nuestra alocución.
En él debemos argumentar en un
sentido o en el otro de acuerdo con
lo que queramos exponer. El buen
eslabonamiento de los argumentos,
apoyado por una lógica evidente
y comprobable, constituye buena
parte del secreto de este tramo del
discurso.
El cierre, finalmente, es una suer-
te de conclusión o de toma de po-
sición respecto de lo que hayamos
expuesto. Si logramos desarrollar
con pericia el tema en cuestión, la
conclusión cerrará nuestros argu-
mentos, convenciendo a quienes
nos escuchan.
Como un violín bien templado,
la voz humana puede cautivar a las
“fieras” de cualquier auditorio o po-
sibles clientes.
A diferencia de lo que ocurre con
el discurso escrito, que en general
no cuenta con un auditorio presen-
te sino lejano, la oratoria reclama
de quien la practica algunos atribu-
tos suplementarios al discurso en sí
mismo.
El sonido
La voz es nuestro instrumento cuan-
do hablamos. Un buen timbre es
siempre una ventaja, pero, al me-
nos, debemos ser cuidadosos en
asegurarnos de que nuestro tono
Palabra oral y palabra escrita
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