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“Sólo aquellos que nada esperan del azar son dueños del destino”. Matthew Arnold
con aportar, apenas, un manojo de
esos ejemplos.
Con pesar, dejaremos fuera casos
tan deslumbrantes como el del car-
taginés Aníbal Barca, que fue capaz
de hacer realidad el sueño de que
un ejército completo cruzase los Al-
pes, más de 200 años antes de Cris-
to; o el de Galileo Galilei, que con
los rudimentarios instrumentos de
su época y su luminoso pensamien-
to científico descubrió el movimien-
to de la Tierra.
Sin aspirar a semejantes hazañas,
William Henry Gates III, mejor cono-
cido como Bill Gates, se topó con la
primera computadora en 1968. Era
un estudiante de trece años e inme-
diatamente supo que la informática
se transformaría para él en una pa-
sión; tanto, que con apenas una se-
mana de verdadero estudio ya había
superado a su profesor en el manejo
de la máquina.
Siete años más tarde, siendo aún
estudiante universitario, el atrevido
joven, que ya por entonces mos-
traba una visión asombrosa y una
voluntad de hierro, fundó una mi-
núscula y, para muchos, inviable
empresa: Microsoft. No contaba
siquiera con un lenguaje para sus
futuros programas, pero eso no lo
amilanó. Viajó hasta Albuquerque y
logró ser recibido por los directivos
de la poderosa Altair, a quienes les
propuso que le cedieran el lenguaje
Basic, a cambio del 50% de las fu-
turas ventas que hiciese su peque-
ñísima y desconocida empresa. Era
poco menos que David y Goliat.
Es posible que solo el arrojo, la
determinación y la perseverancia,
exhibidas por el entusiasta Bill, ha-
yan impulsado a los ejecutivos de
Altair a cerrar semejante trato.
Historias de gente que sí pudo
Lo que el trabajo dejó
Vivien Leigh, la maravillosa actriz britá-
nica, es uno de los mayores ejemplos
de perseverancia, voluntad y trabajo.
En aquel entonces era una actriz casi
desconocida, pero fue convocada para
un casting en el que participaban, en-
tre otras actrices de renombre, Bette
Davis, Lucille Ball y Katharine Hepburn.
Vivien estudió el libreto, sin parar, va-
rios días con sus noches. Su prueba fue
tan fenomenal que se alzó, por sobre
aquellas, con el protagónico de Lo que
el viento se llevó.
Enterado de que IBM necesitaba,
precisamente, un sistema operati-
vo para competir con Apple, Gates
marchó a Seattle, logró una vez más
reunirse con el director ejecutivo
de la empresa, y le vendió el siste-
ma DOS, sistema que Bill ni siquie-
ra tenía. Pero cerrada la operación
(en la que Gates se reservó los de-
rechos para poder vender el sistema
operativo a otras empresas), corrió
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