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“Se le puede quitar a un general su ejército, pero no a un hombre su voluntad”. Confucio
Los vicios son fáciles de incorpo-
rar porque no exigen de nosotros
esfuerzo alguno. Sin embargo, ad-
quirir hábitos es, en sí mismo, un
ejercicio de la voluntad. El especia-
lista Roberto Assagioli dice: “Pri-
mero hay que tener la voluntad de
entrenar la voluntad. Aquellas per-
sonas que dicen no tener voluntad,
siempre tienen algo de voluntad. La
tienen porque es una cualidad in-
herente al ser, aunque gran parte
de ella esté latente. Esta gente tie-
ne que aprender a usar su pequeño
‘capital’ —esta módica cantidad de
voluntad— para fortalecerla e in-
crementarla hasta que llegue a ser
una habilidad organizada, teniendo
siempre en cuenta que no hay lími-
tes en lo que puede alcanzar una
potente voluntad”.
La técnica para reforzar la volun-
tad debe ser gradual, con pasos pe-
queños pero constantes. Luego, y
siempre poco a poco, se debe incre-
mentar el esfuerzo. Es fundamental
comprender que la base del proceso
de educación de la voluntad es la
constancia. De nada sirven los ac-
tos “heroicos” si se abandonan a la
semana.
La LLave del futuro
Uno de los ejemplos más gráficos
respecto del fortalecimiento de la
voluntad y la incorporación de há-
bitos es el aprendizaje de manejo de
un automóvil que hacen los adoles-
centes cuando ya están en edad de
poder hacerlo.
Casi para cualquier muchacho
o muchacha, conducir por primera
vez un auto es una ilusión que se ali-
menta desde el mismo momento en
que ve manejar a su padre o madre.
Pero la tarea no es sencilla.
Una férrea voluntad
Ejercitar la voluntad
Para ejercitar y fortalecer la voluntad se
aconseja desarrollar pequeñas y simples
acciones cotidianas:
– Levantarse unos veinte minutos antes
para hacer algunos ejercicios físicos.
– Irse a dormir a una hora preestableci-
da pese a que esa noche se emita por
televisión un programa muy atractivo.
– Leer biografías de personajes famosos
que hayan pasado a la historia, precisa-
mente, por su fuerza de voluntad.
El primer paso, en el que se pone
en juego la paciencia, es escuchar
las palabras del instructor detallan-
do para qué sirve y cómo se usa
cada uno de los instrumentos del
vehículo: volante, freno, acelerador,
embrague, luces, retrovisores, etc.
Pero todavía no llega el placer de
manejar. La segunda lección —to-
davía sin que el muchacho se siente
efectivamente al volante— son las
reglas de tránsito: semáforos, giros
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